sábado, 25 de febrero de 2012

LA TELEVISIÓN DE LOS RICOS

Venimos debatiendo sobre la Tv basura, y, mientras tanto, nos avasallan con periodistas que no son tales sino meros conductores de televisión, con reportajes cuyas respuestas se conocen ya implicitas en las preguntas, con ficciones que no nos retratan en la mayoría de los casos o no nos proponen nada creativo sino el famoso "más de lo mismo".
Podría dejarse pasar si, desde los 90, no se hubiese tomado a los canales abiertos de la televisión porteña, en realidad públicos aunque estén en manos privadas, como bases políticas para ahondar en determinado pensamiento económico, que solo sirve a muy pocos: los dueños provisorios de esos canales y sus ocasionales empresarios-productores de contenidos televisivos.
Hay estudios muy interesantes al respecto sobre lo ocurrido en los 90 en el país y cómo determinada política expropiatoria sirvió a los fines de un sector social que tomó casi por asalto los canales porteños, con excepción de canal 7 (estemos o no de acuerdo con su programación y su ideología), y, desde esas preciadas horas de "aire", comenzaron a vender sus productos y a recibir suculentas ganancias (hablamos de ganancias supermillonarias) haciéndonos creer que "somos participantes".
No solo no somos participantes sino que, además, nos vacían los bolsillos con un gran carisma y una desfachatez de la que hay que estar atentos para no caer en sus redes. No somos participantes porque jamás nos invitaron a ninguna "asamblea popular", si pudiesen existir, para debatir los contenidos, por ejemplo, y no somos participantes tampoco cuando llamamos al numero que nos indican en pantalla para votar por un participante o por un producto y tal vez ganarlo, sencillamente porque muchas veces priman más los intereses de los empresarios productores sobre nuestros gustos que éstos. Nadie nos asegura que sea transparente ese proceso de votación ni nadie nos asegura que no lo sea. Simplemente nos remitimos a lo que nosotros invertimos como televidentes al llamar y lo que ellos ganan en consecuencia.
Se ha uniformado el gusto por la ficción. Tiene que ser de "determinada manera" para tener rating por lo cual nos han afectado nuestra propia capacidad de opción al embriagarnos con galanes, situaciones y tramas archiconocidas. Pero les tomamos el gusto. Y en esto reside el "avasallamiento" también.
No hay prácticamente programas políticos en la televisión por aire. Hay que pagar a una cablera para tener opciones que no son las mejores porque responden a los intereses del dueño de ese canal. Y he aquí la televisión "presión".
Se nos ha sacado la información general para embotar nuestras mentes con noticieros-policiales en casi todas las ediciones diarias de todos los canales. No hay análisis, no hay búsqueda de producción, sino un rejunte de cámaras de seguridad, atracos, muertes, y ninguna noticia positiva. Y siempre hay noticias positivas, ésas que se comentan sobre el cierre de los noticieros con una sonrisa. Total, para qué darles cámara. Es decir, si queremos ver un noticiero porteño, tenemos que saber que estamos frente a un compendio policial de todo lo peor, incluyendo videos tomados de internet, lo que habla de una falta de creatividad supina, y algún chiste de internet para cerrar. Lamentable.
Nada hay al azar. Todo está combinado de tal manera de formar un gusto por tal o cual cosa, algo que se ha logrado en buena medida, o bien para aplastar nuestras convicciones o nuestros reclamos por mejores productos: lo que hay está en la tele y no es lo que la gran mayoría quiere.
Se dejaron los contenidos musicales. Todos hablan de ficción, sin aclarar que la misma tiene empresarios que responden a los dueños concesionarios de los canales con premisas políticas muy opuestas a las de la mayoría. Nadie habla de un show musical. Los músicos son los gran olvidados. Quién sabe por qué.
La ficción nos ahoga: desde mujeres que asesinan hasta otras que sufren el maltrato, a veces bien retratado, no lo dudamos, pero que finalmente nos agobia a la hora de dormir. Por si fuera poco se ha echado mano a los "docu-ficción", un género cada vez más frecuente en el cine nacional, donde los entrevistados son presos, asesinos, y personas, en general, que se ufanan de haber sido los mejores en sus "oficios non sanctos" y alguno que otro muestra un signo de arrepentimiento, demasiado poco para toda la basura que nos tiran en la cara.
Pocos son los periodistas que puedan ser llamados así, que investigan, que se preocupan por ofrecernos algo más. Cuando lo hacen, tienen una extraña pasión por el género policial, donde encuentran rápidamente los datos que necesitan para armar un programa. Más de lo mismo.
Es mucho más difícil armar un programa en base a hechos positivos, les demandaría más trabajo porque no están los datos tan al alcance de la mano por no ser la noticia del día.
¿A qué apuntamos con estas reflexiones? A cierta toma de conciencia, si no es mucho pedir, sobre lo que nos ofrecen, a quiénes estamos mirando, y saber que, mientras los maestros no consiguen los aumentos que debieran, por ejemplo, en la televisión estamos comandados por millonarios que ya se olvidaron de sus orígenes y mal pueden entonces orientar la opinión pública hacia carriles más normales y reales.
Estar en manos de los "ricos de la información" significa lisa y llanamente una tremenda presión política porque están respondiendo a intereses comerciales, cuando no empresariales y políticos por ende. No están ya cerca de nuestras necesidades, ni hablar de las necesidades espirituales que han caído en desuso para esta gente. Pero existen, las sentimos en el corazón, y necesitamos explayarlas para que la vida de cada uno cobre otra dimensión. Por supuesto, hoy en día la televisión privada pública porteña está muy lejos de satisfacer algo de tono espiritual. Solo busca su rentabilidad a costa de nosotros. Como una nueva Edad Media, donde unos pocos siguen digitando la vida de los pueblos.